El turismo comunitario en el Perú dejó de ser un “turismo alternativo” y pasó a ser una oferta formal: son las propias comunidades las que diseñan la visita, deciden qué se muestra, gestionan el ingreso y se quedan con el beneficio directo. En 2025, este modelo gana fuerza en regiones como Cusco, Arequipa, San Martín y Amazonas, y está siendo reconocido a nivel internacional como una vía real de desarrollo local.
¿Qué es turismo comunitario (de verdad)?
Turismo comunitario significa que la comunidad local —no una agencia externa— organiza y opera la experiencia para el visitante.
Eso quiere decir:
- Ellos deciden qué actividades se hacen.
 - Ellos reciben a los grupos.
 - Ellos cuentan su propia historia.
 - Ellos manejan el dinero que entra.
 
El Ministerio de Comercio Exterior y Turismo (Mincetur) describe esta modalidad como una forma de viaje en la que el turista convive con las familias, participa en actividades cotidianas (como la crianza de animales, cosecha, cocina tradicional o tejido) y aprende directamente de la comunidad. A cambio, esa visita genera ingresos nuevos, ayuda a sostener las tradiciones y refuerza el valor del territorio.
Traducido: no es un show armado. Es vida real compartida.
Caso Cusco: mujeres andinas como anfitrionas
Un ejemplo reciente que está dando que hablar es ATIPTALLA, una asociación formada por 28 familias del distrito de Ocongate (Cusco), principalmente mujeres quechuas. En 2025, ATIPTALLA ganó el “Reto de Turismo Indígena de América Latina y el Caribe”, un reconocimiento impulsado por CAF y ONU Turismo entre 382 postulaciones de toda la región.
¿Qué ofrecen ellas? Rutas comunitarias al pie del Ausangate donde los visitantes no sólo miran el paisaje andino, sino que participan en actividades reales: tejido, producción de artesanías, elaboración de quesillo, pesca tradicional y cocina local.
¿Por qué es importante este caso?
- Es turismo manejado por las propias familias.
 - El dinero llega directo a mujeres que históricamente estuvieron fuera de la cadena turística formal.
 - Se protege conocimiento vivo (textil, comida, prácticas diarias) sin convertirlo en souvenir vacío.
 
El premio reconoce dos cosas a la vez: calidad de la experiencia para el visitante y autonomía económica para las mujeres que la ofrecen.
Caso San Martín: cacao, chocolate y territorio
En la Amazonía peruana, especialmente en San Martín, el turismo comunitario tiene sabor a cacao.
Comunidades como las de Chazuta reciben grupos que quieren entender cómo nace un buen chocolate: fermentación del cacao en cajas de madera, secado al sol, selección del grano, transformación artesanal y degustación del producto final. Ahí entran asociaciones como cooperativas cacaoteras y redes de mujeres chocolateras que, además de mostrar el proceso, venden directamente su producto al visitante.
¿Qué ve el viajero?
- Trabajo real, no montaje.
 - Orgullo local.
 - Una cadena productiva completa hecha a escala humana.
 
Para la comunidad eso significa algo concreto: el turista deja dinero en la zona, sin intermediarios, y el “origen” del producto se vuelve parte de su valor comercial.
Caso sur andino / Valle del Colca
En el Valle del Colca (Arequipa), comunidades altoandinas como Callalli, Sibayo, Tuti o Coporaque ya ofrecen experiencias donde el visitante puede pasar un día con familias que crían alpacas, tejen con fibra local, trabajan la tierra en andenes y cocinan con insumos de altura.
Esto no es turismo masivo de bus y foto rápida. Es un formato más pequeño y más lento:
- Menos gente por visita.
 - Más conversación.
 - Más contacto directo.
 
Y está funcionando como estrategia para que los jóvenes no tengan que irse de sus pueblos solo por falta de ingreso.
¿Por qué ahora todo el mundo habla de turismo comunitario?
Hay tres razones claras:
-  El viajero cambió.
La tendencia global es clara: cada vez más personas buscan experiencias auténticas, con sentido humano, y quieren saber a dónde va su dinero. El turismo comunitario permite exactamente eso: saber quién está ganando con tu viaje y qué historia te estás llevando. Esta búsqueda de experiencias con identidad local está marcada como una de las tendencias de viaje hacia 2026. -  Es desarrollo directo, no promesa.
A diferencia del turismo tradicional, donde el ingreso muchas veces se queda fuera de la comunidad, aquí el pago entra directo a las familias o asociaciones locales. Mincetur ya lo presenta como una herramienta de mejora económica real en zonas rurales y como forma de sostener prácticas culturales que estaban en riesgo de desaparecer. -  Reconocimiento internacional.
Que un grupo de mujeres de Cusco gane un premio regional frente a 382 iniciativas de América Latina y el Caribe y sea invitado por ONU Turismo a contar su modelo, manda un mensaje: esto ya no es “turismo alternativo”. Es parte del futuro del sector. 


                

